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At Saint Thomas The Apostle Harlem

Casi diez años han pasado desde su último lanzamiento, Guilty Guilty Guilty (Mute, 08), y ahora vuelve por partida doble: Diamanda Galás 

 

El primero, All The Way, es una colección de estándares de jazz y canciones tradicionales reelaboradas en el estilo único de Galás. El segundo, In Concert at Saint Thomas The Apostle Harlem, es un álbum en vivo grabado durante la edición neoyorquina del festival Red Bull Music Academy el año pasado. Precisamente gracias a la edición barcelonesa del mismo pasó por Barcelona el año pasado.
 

Adiestrada en el bel canto, curtida desde hace más de tres décadas en los tentaderos de la vanguardia y propensa a enfatizar el amplio rango de emociones de su versátil y siempre inquietante timbre vocal, muy por encima de las reglas más elementales de la armonía pop, la californiana Diamanda Galas pasa por su particular tamiz un puñado de clásicos del jazz, el folk o el country, hasta dejarlos -como era de esperar- prácticamente irreconocibles respecto a sus lecturas originales. Es este su primer álbum en casi una década, tras el directo “Guilty Guilty Guilty” (Mute, 2008), y se publica de forma simultánea a su nueva grabación en vivo, aquel “At Saint Thomas the Apostle Harlem” (Intravenal Sound Operations, 2017) registrado para la Red Bull Music Academy.
 

En este “All The Way” pasa por su inconfundible filtro un puñado de incunables de la música popular, algunos incluso recuperados de nuevo para la causa, como es el rescate del “You Don’t Know What Love Is” -popularizado por Carol Bruce en los años 40 (en una de las adaptaciones más identificables)- o de ese tradicional folk que es“O Death” (ya aparecía en su último disco en vivo), que se configura como el opus central de álbum y auténtico tour de force, una escalofriante reinterpretación en la que ella misma asume que hay jazz, bebop, blues, y sonido de Nueva Orleans: casi todas sus influencias en poco más de diez minutos.

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Entre ambos extremos, entre cierto amago de normatividad y la más pura disidencia sonora, hay tiempo para una “All The Way” (popularizada por Sinatra) que troca dulzura por una amarga confesión de jazz gótico, una “The Thrill Is Gone” (Chet Baker) morigerada en ritmo pero intensificada en morbidez por su agonizante relectura (marca de la casa), una “Round Midnight” que no es más que una adaptación sui generis al piano del clásico de Thelonious Monk (y el único receso en el que su voz se ausenta) y una “Pardon I’ve Got Something To Kill” que transforma el country outlaw de Johnny Paycheck en una suerte de gospel heterodoxo. Aunque mentar la heterodoxia sea, en su caso, mera tautología.

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